Frase del Mes

"Recordatorio por Gabriel Garavito,
D.E.P. 23-10-2009;
Espéranos dónde te encuentres..."

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Día 22 - Ó asquerosos presentimientos

Viernes por la mañana, las 11:30 am para ser exactos. Mi madre ya se ha ido a trabajar y mi hermana, al colegio. Me levanté de la cama y miré por la ventana para observar el brillante sol que me saludaba. Como ya era costumbre, al llegar a la cocina encontré a mi hermano preparándose el clásico batido hecho con huevo crudo, platano y demás ingredientes que, dicen, ayuda a calmar los efectos de la resaca. Mientras aludía al incidente del martes (haciendo incapié en mi invalidez psíquica) me tendió la jarra de la batidora para que hiciera de catador. No era la primera vez que lo hacía y no creía que aquella receta fuese mejor que las anteriores pero no tenía elección. Por suerte, ésta sabía a plátano azucarado, aunque con el primer sorbo ya empecé a sentir indigestión. Asentí y mi hermano se alejó en dirección al salón.

Desués del episodio matinal me duché y vestí y fui a buscar 10€ olvidados en algún bolso de mi madre para recargar el móvil (Clara me había hecho agotar todo el saldo, que me solía durar meses...). Encontré el bolso en la habitación de mi hermana, junto a un aparato de autosatisfacción rosa (estos detalles ya no conseguían sorprenderme... hay de mí...), saqué todo el dinero que había dentro (25'60€), dejando el bolso exactamente en el mismo lugar, aunque el "instrumento" un poco más a la vista (para vengarme un "poquito" de mi hermana).

Una vez de vuelta en casa y habiendo recargado ya el teléfono, cuál fue mi sorpresa al encontar a mi padre en mitad del salón. Nos saludamos y, a la vez que buscaba los billetes de su nuevo viaje (solo hacía escala en Madrid durante unas horas), nos comentó lo bonito que era Italia y lo estresado que estaba por el viaje tan seguido a Noruega que debía hacer. Lo que más nos alucinó a mi hermano y a mí fue el hecho de que nos regalase algo (aunque fuera un cutre llavero y sólo lo hiciese para intentar evitar que viésemos cómo guardaba en la maleta una caja de preservativos). Se despidió y salió por la puerta.

No podía creerlo, ¡un regalo de mi padre! Aún así había algo que no me gustaba del llavero. Sí, era el típico llavero de aeropuerto, pero el color... tenía que ser azul. Decidí olvidarlo, aunque seguí notando una especie de sombra ciñiendose sobre mi persona (qué poético me ha quedado...).

Por la tarde, quedé con Clara y los demás. Carlos ya se había recuperado, dentro de lo posible, de su desgracia familiar,aunque se lo veía apesumbrado. Fuimos a un bar a jugar al billar para intentar animar a Carlos. Respecto a Miguel, no quise entrar en problemas y callé. Eso sí, al menos tuvo la decencia de disculparse, aunque veía la situación vivida un tanto cómica (y todavía no iba colocado). Clara, por su parte, insinuaba insistentemente que a ver cuándo terminábamos lo empezado... Y yo seguía con el presentimiento aquel que no conseguía borrar de la cabeza.

El día pasó sin pena alguna, aunque seguía angustiado y me sentía un poco, ¿cómo decirlo?, gilipollas (perdonad la grosería), por haberme obsesionado tanto por un llavero azul barato. Aquella iba a ser una noche muy larga.